Los días se habían fusionado en uno solo eterno desde mi transformación, y eso parecía haber sido ayer, de hecho, se ni hubiera sido por el rápido y constante crecimiento de Renesmee, creo que no me hubiera dado cuenta del tiempo que había transcurrido desde que dije “Tanto como vivamos“…Desde entonces todo había ocurrido a una velocidad impresionante.
Recordarlo muchas veces me dejaba sin habla. Me estremecía el solo ver una y otra vez las escenas vividas en mi humanidad, intentando ver con claridad las imagenes que mi mente había intentado mantener intactas pero que eran muy débiles de definisión a causa de los pobres ojos de humano.

Era curioso que tengamos nuestra propia casa alejada del resto de la familia y aún así pasaramos a mayor parte del tiempo en la mansión Cullen.
Aunque tuviera mucho sentido que en realidad sucediera porque queríamos que Renesmee cresca al rededor de sus familiares y nosotros, Edward y yo, nos acostumbráramos a esta vida, que para este entonces ya se habría convertido en normal.
Sin embargo, al parecer sería un punto para seguir llamando la atención en un lugar como Forks, pero por el momento, todo seguía ajustándose al concepto de normal.

Por eso, esa tarde cuando las mujeres Cullen, exepto yo, claro, se retiraron a su ya clásica e infaltable tarde de viernes de compras en cuanta localidad cercana a Forks existiera, había quedado sola en la casa.
Jaspero y Emmett aprovecharon para irse de caza, estaban muy ansiosos por encontrar grandes osos pardos o algunos pumas.
Mientras que Carlisle estaba trabajando, y estos días le tocaba hacer guardia.
-Qué conveniente le debe ser no dormir- Pensé algo divertida, al recordar que debía pasar mucho tiempo sin dormir cuando hacía las guardias en el hospital.

Sin embargo, esa tarde Edward no estaba, o no le había encontrado dónde pensé que estaría.
Talvez había salido a comprar o a cazar en un último momento, solo algo pequeño como aperitivo.
Se sentía raro estar sola durante algunas horas luego de acostumbrarse a las multitudes, aunque sonara paradójico.
Luego de tanto tiempo de odiar los lugares con mucha gente, ahora dónde más cómoda me sentía era junto a mi familia, los Cullen, que aunque no fueran cualquier multitud, constaba con el número suficiente de integrantes para llamarles un poco más que solo unos familiares.

Dí vueltas un rato por el jardín observando las flores de Esme, me sorprendía cada vez más el cuidado que ella les daba, siempre se mantenían hermosas, sin importar la estación del año. Claro que no plantaba cualquier flor, pero incluso hasta ese detalle cuidaba.
Luego entré a la casa y miré el frente, solo para asegurarme que nadie había llegado, lo cual era algo inservible, dado que si alguien hubiese arribado al hogar lo hubiera podido escuchar con claridad. Aunque tengo que admitir que algo de esperanza tenía de que mi torpeza humana persistiera en secuelas incluso luego de mi conversión y que entonces, no me hubiera percatado del sonido del vehículo que inconcientemente tanto esperaba.

No quise apostar más esperanzas estúpidas e impacientes cuando tenía toda la vida, en sentido literal, para esperar el regreso de los demás, el de Edward.
Sin pensarlo demasiado, me dirigí casi en modo automático hacia la antigua habitación de Edward.
Tras subir con agilidad las escaleras, abrí la habitación, y por un momento contemplé el perfecto blanco de casi todo los adornos del cuarto.

Me mordí el labio inferior como reflejo mientras me sumía en mis pensamientos, recordándo antiguos momentos en los que había estado con Edward en ese mismo lugar.
Me acerqué al equipo de música y le puse play, dispuesta a escuchar cualquier cd que hubiera quedado puesto cuando fué utilizado por última vez.

La música comenzó a sonar, y me quedé varios segundos quieta, completamente estática, tanto como solo un vampíro y las estatuas pueden lograrlo, escuchándo la música con algo de melancolía, y es que no estar con Edward así sea por cinco minutos me eran motivos suficientes para extrañarle, definitivamente me había vuelto muy ansiosa como él también habría admitido alguna vez serlo desde que me conoció.

Me sorprendía a veces como el hecho de que me sobrara el tiempo podía influir en el cambio de dimensión del mismo al pensar, podía pasar horas pensando y creyendo que solo habrían pasado unos minutos.
Y es así que mis pensamientos se veían algo entre cortados al notar que las piezas que sonaban desde el reproductor de música terminaban para dar lugar a una nueva, una más hermosa que la otra.
Todas me hacían recordar a Edward por igual.

Sin embargo, mientras escuchaba una de las canciones llegar a su final al mismo tiempo que mi mente divagaba pasando como vías positivas imágenes de lo vivido hasta el momento con algo de melancolía, un sonido desde afuera de la casa Cullen llamo la atención de mis sentidos por sobre la música, la cual, termino de forma paradójicamente al unísono del sonido del Volvo de Edward estacionándose en la puerta.
El había llegado.
Me estremecí.

No quise ir hasta el vestíbulo para saludarle y acosarle, sabía que si en sus deseos se encontraba el de verme me encontraría con facilidad, justo allí, sentada en su espera.
Me mordí el labio inferior con algo mas de fuerza aunque no me podría lastimar y si lo hacia sanaría de inmediato, me sentía demasiado ansiosa al escuchar los pasos de Edward por el piso de abajo. No podía resistirlo, quería abrazarle con tanto fervor.

De repente, los pasos acompasados y calmos no se escucharon más, y mi mente colapso en el intento de agudizar mis sentidos para saber donde estaba. Cosa que fue en vano, porque en menos de lo que pude reaccionar, a pesar de mi estado vampirico, Edward se encontraba en la puerta, fijando sus orbes pigmentados de ese liquido dorado que lo hacia ver demasiado perfecto, bloqueando mis sentidos, dejando mi mente en blanco y mi cuerpo paralizado demostrándome una vez más que no era cuestión de mi naturaleza, que humana o vampiro, él era una divinidad capaz de reducirme a admiradora.
-Algo así.- Afirmé tras buscar contacto visual con sus ojos.
Me alejé de la biblioteca que contenía el reproductor tras subirle apenas el volumen a este y me acerqué a la cama, sentándome sobre el final de ésta. -Nocturno en si bemol menor.- Dije mirando hacia el estante del cuál provenía la música. -Me hace acordar a ti.- Mis labios contuvieron una sonrisa escasos segundos antes de que esta lograse dibujarse por mérito propio y exponer mi eminente felicidad por su llegada. Y allí estaban, mis gestos delatándome yderocando mis esfuerzos vanos por no acosarlo.

Oh claro, cómo iba a olvidarlo, es imposible que compitiera con Edward por palabras adecuadas y perfectas, después de todo él sí era un romántico. Y no me refiero a la imagen del hombre empalagosamente cursi, que deja salir de su boca un sin fin de palabras de significado dulce pero que entre sí no tienen coherencia y que al final y al cabo no es más que una bolsa de mentiras, o de sentimientos vacíos, o para ser más directos, el simple estereotipo del "romántico". No, él era mucho más que eso, era romántico en el sentido literal y completo de la palabra, en un modo genérico y clásico. Se ajustaba al término que incluía la sensibilidad y dureza, el interés y la frialdad, dos caras de una misma moneda que estaba ligada directamente con los sentimientos, con los amorosos y con los del odio, con los de la lealtad, la familia, la moral. Al menos ante mis ojos, y estoy segura que no hay otra forma posible de verlo, Edward representaba la verdadera idea del romanticismo del sigo XVIII pero con un aire mucho más contemporáneo imposible de ser confundido con una persona estilo antro.
-¿Para mí? Sabes que no hace falta comprarme nada.- Respondí al recibir la bola, la cual ya había visto, pero no pensé, o mejor dicho, negué la posibilidad de que se tratara de un regalo.
Sin embargo tomé la bolsa porque sabía que como mi esposo era un caballero en todo el sentido de la palabra, estos gestos serían inevitable, como que me pidiese disculpas por haber salido un par de horas. No podía evitar pensar que era innecesario y estúpido pero el no podía evitar hacerlo y sólo lo hacía ver más hermoso, si es que ser más hermoso aún es posible para Edward.
Miré dentro de la bolsa porque la idea de que el regalo proviniera de una librería inevitablemente llamó mi atención, además de saber que entonces no se trataría de ningún regalo excéntrico y voluptuoso de esos que, de aún ser humano, al recibirlo volverían mi rostro completamente rojo. ¿Cómo se supone que uno recibiese ese tipo de regalos? ¿Cómo le devolver el gesto cuando te regalan un auto lujoso? Por un momento imaginé como debió haber sido para Esme recibir una isla, o para Alice su porsche, pero de nuevo, cómo podía olvidar que, como para Edward las palabras hermosas son un don, para las mujeres Cullen lo material era sólo diversión, y claramente, adoraban ese tipo de regalos como adoraban una tarde de compras.
Entonces noté que eran más que un libro, mejor dicho, más que algunos libros, sino una cantidad significante. Quise quejarme, debo admitir. -Edward...- Mi voz salió segura en su vergüenza provocada por los regalos, pero se entremezcló con la sorpresa de notar tantos títulos clásicos, algunos que ya habría leído y quisiera revivir, otros que nunca había tenido la oportunidad de leer, otros que de los que nunca había oído pero que eso sería hasta entonces. -Esto es...¡Muchas gracias!.- Exclamé, aún así algo avergonzada, pero no podía evitarlo, si mi esposo iba a hacer estas cosas de todos modos, esta vez había sido simplemente maravilloso, he de admitir.
Me acerqué un poco más a él, lo suficiente para poder encimarse sin estar invasivamente sobre él, y de ese modo besar una de sus mejillas repetidas veces hasta llegar a sus labios. Oh, sus labios, ya llegada ahí comenzaría a perderme.

Durante mucho tiempo, situaciones como esas, aquellas que me recordasen cuánto difería de los gustos típicos de una fémina me hacían sentir ¿Rara? No porque no estuviera bien conmigo misma, si no porque cómo hace uno para rechazar regalos como los vestidos que mi Renée solía regalar de más chica, intentando meterme un vestido rosado justamente no era lo mismo.
Ese mismo sentimiento a veces me apabullaba al estar con Edward, la sola idea de que no ser una señorita de época lo cansaría lograba atormentarme de forma increíble, pero pasado el tiempo se volvió algo más natural y para nada forzado, entonces podía estar cómoda con la idea de no rebalsar en maquillaje al andar por la mansión Cullen y que la verdad compartiría mucho más así con Edward que intentando ser una Barbie. Después de todo, sorprendentemente para la -literalmente- diferencia de edad no era nada más que una idea que difícilmente podía verse hecha realidad, y era entonces cuando me cuestiono inevitablemente si Renée sabría algo sobre vampiros, porque no encuentro otra explicación posible a su acertado comentario de que su hija haya nacido con más de treinta años.
Pero más allá de todo eso, la realidad es que al fin y al cabo allí estaba, siendo sorprendida por un montículos de libros escritos hace cuántos siglos atrás, atraída y ansiosa por perderme en ellos, sabiendo que probablemente Edward también ha pasado por ese sentimiento antes. Y ahí estaba otro aspecto de nuestra conexión inexplicable que parecía no concordar con el espacio y tiempo, pero ¿Cuándo nosotros habíamos encajado en lo que se suponía debía ser?
-¿Alguno es tu favorito?- Pregunté sin despegarme mucho más de él pero moviendo la mirada hacia la bolsa de libros.
La curiosidad por saber qué título era el que más le emocionaba releer imparable cantidad de veces, cuál le disgustaba más, etcétera, me sobrepasaba, obligándome a acosarle con preguntas sobre el tema. -¿Alguno lo leíste de humano?- Y de repente me sentí como una niña pequeña preguntando el porqué de cualquier cosa infinidad de veces hasta el cansancio de quién tuviese que responder. No estoy segura de qué gesto habré gesticulado, pero el sentimiento de haberme auto avergonzarme me invadió e inmediatamente me alejé un poco de él y mordí mi labio inferior. -Lo siento, si no quieres decirme está bien.- Intenté remediar mi impulsividad, la cuál era quizás más violenta desde mi inmortalidad, pero inclusive desde antes, siempre había sido motivada por la necesidad de saber más de él, de sentirme más cercana a él. Ha de ser imposible no sentirse curioso y atraído por figura tan divina y perfecta como lo es Edward, todo en él era un atractivo e interesante, esa idea no había cambiado en absoluto al convertirme en vampiro. Si bien muchos me aseguraron que él ya no sería lo que más quisiera, que el deseo por sangre me cegaría, la verdad es que éste último no era más que una molestia o el llamado continuo de una necesidad física, pero mi mente, y hablando en sentido figurado, mi corazón, seguían funcionando por él, nada de lo que sintiera antes cambió mas se intensificó.

Ante la idea de molestar a Edward y que este estuviese riéndose de mí me sentí paralizada, de hecho, de haber sido posible físicamente mi corazón se hubiera detenido, o explotado de tanto latir, cualquiera de los dos extremos.
Sin embargo, el perderme en la belleza de su sonrisa torcida resultó inevitable, era demasiado encantador como para prestarle atención a mis propias -increíblemente aún algo torpes- reacciones.
Ciertamente no me alejé más de él porque su gesto me dejó atrapada a él, como si un magnetismo se activase, o incrementase, en ese mismo momento por aquella sonrisa, discreta pero imposible de pasar por alto. ¿Cómo se podía ignorar semejante muestra de perfección? Realmente no podía imaginar a alguien más hermoso, más perfecto, ni tampoco jamás podría entender cómo las demás personas no concuerden conmigo sobre eso, mas, re pensándolo por un momento, la sola idea de otras mujeres posando sus ojos en él me enerva.
No quería siquiera tener que competir con ninguna otra vampiro, no dudaba que ahora la inmortalidad hubiese resaltado rasgos míos haciéndome al menos bonita, pero allí afuera había vampiresas mucho más hermosas y agraciadas, misteriosas y atractivas que de quererlo, y sé que de ver a Edward lo querrían, intentarían seducirlo. ¿Quién no lo haría? Incluso siendo humana no había nada más molesto que Jessica Stanley y demás chicas hablando a mis espaldas de cómo él, tan perfecto y celestial, podía estar saliendo con alguien tan...Bella, digamos. Y en parte tenía razón, bueno, en todo sentido tenía razón. De hecho hasta el día de hoy tenía la mirada de Jessica en la nuca, expectante de qué hace o no hace mi familia, sin embargo ahora sus comentarios eran claramente resignados a que me alejase de Edward en un futuro cercano.
Su aterciopelada voz entrecortó mis pensamientos para hacerme volver a ese tiempo y espacio. -¿Estos?- Pregunté curiosa, tomándolos de la bolsa para separarlos de los demás. -¿Hermosa? ¿Qué nunca te has mirado al espejo, Edward?- Sonreí también, sin poder evitarlo ni contenerlo. Simplemente no podía decirle que no a nada, a todo lo que había intentado negarme había desistido hasta hacerlo por voluntad propia, como casarnos, aunque al fin y al cabo, había sido la mejor decisión que hice en mi vida y jamás me arrepentiría de ello. Así como tampoco pude refugiarme con la vergüenza recientemente sentida para negarle mi mano, cómo podría. De hecho, busqué la suya con cierta desesperación, entrelazando mis dedos en los suyos con necesidad, pues no había nada más reconfortante que el contacto con su piel, una vez tocaba su mano me sentía finalmente en casa. Él siempre mencionaba, y aunque no lo hiciera sabía que extrañaba el calor que radiaba de humana, la sangre corriendo bajo mi piel, pero yo también extrañaba el frío contacto de su marmórea piel. Aunque estaba bien extrañarlo, anhelarlo, eso había sido parte de mi etapa como humana y nunca lo olvidaría, extrañarlo me ayudaba a eso, ahora que estábamos en igualdad de condiciones no podía adorar más el sentirlo cálido. No sería abrazador como lo era para él tocarme antes, pero aún así era cálidamente reconfortante y simplemente no había opción de felicidad más grande. -Sé que no todos recuerdan mucho de su vida humana.- Admití, hablando en general de los Cullen y demás vampiros quienes me habían dicho con anterioridad que a veces sus recuerdos humanos iban desapareciendo. -Pero no puedo evitarlo, sabes que quisiera saberlo todo sobre tí. Muchas veces me he imaginado cómo eras de humano, Carlisle me contó que tenías ojos verdes.- Me mordí el labio inferior nuevamente, sólo para mantenerme enfocada en la conversación y no perderme en sus divinos rasgos...nuevamente. Volví a acercarme esos escasos centímetros que me había alejado de él, que de no ser inmortal probablemente no lo habría podido notar, pero que había retrocedido con intención de alejarme mas era otra decisión de negación que no pude mantener. Era demasiada fuerte la fuerza extraordinaria que, sin poder decir exactamente qué era, me obligaba a apegarme a él, buscar deshacerme de ese umbral físico de distancia entre ambos. Finalmente alcé mi mano libre y la llevé detrás de su cuello abrazándolo por este.